Valentín Muro
Cómo funcionan las cosas
9 min readApr 21, 2019

--

Querida persona que lee,

Espero que hayas tenido un buen año.

El mío fue como mínimo interesante, si no directamente como una de esas películas en las que pasa de todo y cuando te das cuenta llegan los créditos. Esta parte son los créditos.

A diferencia del año pasado, escribiendo atolondrado y eufórico un puñado de palabras torpes acerca de 365 días de vivir en las letras, este año creo que empiezo a tener un poco más de idea de cómo se hace. Creo que de a poco entiendo cómo funciona.

Estuve todo el día dando vueltas, pensando en cómo decirte un montón de cosas. En realidad, estuve las últimas tres semanas pensando en que abril, en que dos años, en que cinco mil personas que leen, en que mejor dejo de pensar en todo eso, que nadie tipea mejor temblando sobre un teclado. Estuve pensando en qué compartir con vos, en cómo no repetirme, una, dos, tres, cinco, mil veces.

Es posible que me ponga cursi, pero me toca, este es mi permitido.

Este newsletter es acerca de un montón de cosas, pero también es para mí un montón de otras. Mandarte un correo cada domingo y que lo leas es mi llegar tarde a la clase de educación física, a la que odio ir porque soy malísimo, y que por algún motivo me elijan para algún equipo, empezar a correr, que mis piernas hagan algo parecido a lo que tienen que hacer y meter un gol. De repente nadie daba ni dos pesos por mí pero ahí estoy, la persona que salvó el día.

Mandarte cada correo y que se te ocurra contarle al mundo sobre alguna línea que resonó en vos es el rumor que te llega terriblemente diluido de que la persona que te gusta estuvo hablando bien de vos, y no sabés si sentir que era obvio o morirte de miedo de que no vuelva a suceder.

Cada correo que te mando es como cuando tratás de cancherear en la cocina haciendo una receta de memoria y cuando ya lleva la mitad de tiempo en el horno empezás a dudar de si eran una y dos tazas o al revés, o qué carajo significa “una pizca” o “a gusto”.

Escribir cada sábado para que el domingo por la mañana te despierten mis palabras apenas más gentiles que un cocorocó es un poquito de dolor de panza hasta el mediodía, convencido de que esta vez metí la pata, de que aquel chiste fue demasiado lejos, o no estuvo a la altura, o de que aquél cliché efectivamente se agotó y ya no pincha ni corta.

Escribirte es quedarme atento a si te convenció mi hipótesis de que hay un poco de cada persona que vive y vivió en la experiencia compartida de la humanidad a través de su literatura, su ciencia y su filosofía. Es cerrar los ojos bien fuerte y abrir los brazos bien grandes a ver si el abrazo sucede o si me quedo en el vacío hasta que el cansancio me haga volver a casa.

Enfrentarme a una cosa distinta cada semana, solo para ver si con mis ocurrencias te hago sonreír, le da sentido a los otros seis días. Esconder lo inesperado entre lo predecible, o con machete en mano adentrarme en una selva de historias de las que solo podré salir con una, victorioso, recién tiene sentido cuando del otro lado — por mucho que a veces me cueste hacerme a la idea — estás vos, una persona que siendo querida, lee.

Este año que pasó dejó, naturalmente, un montón de numeritos que traté de resumir:

  • Las personas que leen sugirieron 268 temas, que ya suman unos 443 en total.
  • “Cómo funciona viajar por el mundo” sigue siendo el tema sugerido más veces que aún no escribí.
  • 4957 personas que leen reciben este newsletter, (casi) cinco veces más que hace un año.
  • 458 personas se borraron de la lista.
  • 1044 personas tuve que borrar de la lista porque pasaban meses sin abrir un solo correo. Si no lo hubiera hecho, la lista rozaría los 6 mil suscriptores.
  • 155.804 correos fueron enviados, de los cuales 91.081 fueron abiertos.
  • En promedio, 59.18%% de las personas que leen abren mis correos durante la primera semana, casi 2% menos que hace un año.
  • En promedio, 9.55%% de las personas que leen hacen clic en alguno de los links que hay en los correos, casi 4% menos que hace un año.
  • 13 veces marcaron correos míos como spam, y me re preocupé y en la totalidad de las respuestas me confesaron que fue por error, o quizá por mi insistencia en vender drogas para recuperar la virilidad, el verdadero objetivo de este proyecto.
  • 3 son las botellas de Johnnie Walker Black que tomé escribiendo mi newsletter en el último año.
  • El hombre de los nombres fue el correo con el que más personas se desuscribieron (25).
  • Algunas torpes palabras sobre algunas cosas III fue el correo con el que más personas se sumaron (254) en una semana.
  • En promedio, cada semana se desuscriben 9 personas y otras 85 se suman.
  • Cuando escribí sobre el orgasmo femenino una persona se borró ofendida de que haya dicho que Freud era un chanta.
  • 10 mil pesos doné a 4 organizaciones que protegen a animalesen marzo, en honor y memoria de Turing. El dinero vino del Club de fans de la curiosidad.
  • Mi correo de fin año recibió 63 respuestas, más que triplicando el récord anterior.
  • 673 conversaciones comenzaron con uno de mis correos, y en promedio cada correo recibió 14 respuestas.
  • 100% de los correos que recibí en respuesta a mi newsletter fueron respondidos, aunque a veces me tome algunos días.
  • 1 fue el newsletter que surgió de un correo mío, el de mi hermana Guadalupe.
  • 3 propuestas serias para hacer un libro recibí en el año y muchas otras muy poco serias.
  • En Medium los correos recibieron en promedio 17 recomendaciones, 5 menos que hace un año.
  • 711 personas reciben casi todos los días alguna actualización mía a través del canal de Telegram, un 61.59% más que hace un año.
  • Una vez más, casi todos los correos fueron escritos bajo el influjo de café, whisky o Chardonnay, y la mayoría de ellos escuchando el disco Lovely Little Lonely de The Maine o Worlds de Porter Robinson, en repeat.

Me conocés lo suficiente como para saber que las últimas cuatro horas que pasé sacando conclusiones de hojas de cálculo para mí fueron una fiesta, pero creo que dejan afuera lo más importante del año que aquí termina.

Muerto de miedo, pero de verdad, a fines de septiembre cerré los ojos y apreté fuerte los puños antes de poner “enviar” al correo en el que te introduje al maravilloso Club de fans de la curiosidad, que no es más que la sociedad de fomento de las personas que escriben este newsletter.

Empujado al borde del abismo por personas que no solo me quieren sino que por algún extraño motivo creen en mí, decidí abrirte esa posibilidad para ver si empezaba a coquetear con la idea de — ay, me pone nervioso escribirlo — vivir de escribir. ¿Qué tal si un día las personas que leen son tantas y disfrutan tanto de lo que hago que están dispuestas a resignar, en el medio de la eterna crisis argentina, un café con leche por mes para que yo pueda vivir de escribir?

Esa fue la apuesta. Y 98 personas más tarde, el Club de fans de la curiosidad, o “ese grupito de personas que me banca en todas” es realmente lo más increíble que alguna vez me pasó. Considerando que la única persona que hubiera esperado que me bancara es mi mamá, el club tiene 9700% más personas que las que esperaba.

Cuando hace algunos meses pasamos la marca de las 2 mil personas que leen y tuve que empezar a pagar para enviarte mis correos dominicales, parecía natural abrir esta posibilidad, para costear gastos y si algo sobraba aprovecharlo para comprar más libros, que son lo que hace que esta rueda siga girando.

Ahora la tentación está en darte cada vez más y de a poco ver si puedo hacerme a la idea de que lo que hago no solo tiene valor, sino que puede ser reconocido poniendo los 16 dígitos de la tarjeta de crédito en internet. Lo escribo y me sigue resultando espectacular, pero de nuevo, jamás pensé que estaría acá enviándole estas líneas a una querida persona que lee. Animarme a todo es a lo que me empujás cada semana.

¿Y si antes de que pase un año logro convencer a tantas personas que puedo largarlo todo y dedicarme solo a leer y escribir para vos?

Llegué al punto de que si algo tan inmenso como eso sucede, voy a poder festejarlo con vos. Y eso ya es una victoria en sí misma.

La idea de que vos seas quien me fuerce todos los días a salir de la cama, prepararme un café y sentarme a leer sobre alguna que otra cosa para contártela al final de la semana ni siquiera es un sueño, porque nunca me animé a soñar tanto. Es básicamente lo que pasaría por mi cabeza si me dieran un té con un par de cucharaditas de morfina. Muy rico todo, ¿se puede repetir?

  • 98 personas en algún momento decidieron ponerme en débito automático para que yo pueda vivir de escribir.
  • Hay más mujeres que leen (57,1%) que varones que leen (42,9%) invirtiendo en mí.
  • Cada 3 semanas, en promedio, envío un correo especial a todas estas personas para intentar mimarlas.
  • 4 fueron los correos de mi diario de viaje que envié a las personas del Club cuando estuve en Bariloche en febrero. Hermosas fueron todas las respuestas que recibí.
  • 117 compras se hicieron en Book Depository usando mi enlace.
  • 65 fueron las personas a las que les pregunté su talle de remera hasta que me di cuenta de que era una pregunta muy extraña.

Por supuesto que es tarde y me debatí mucho cuánto contarte de todo esto, pero creo que nuestra relación se fue cimentando en la apertura y la honestidad. Para no contarte un pomo acerca de mi vida tengo Twitter o Instagram. Espero no te moleste, pero tenía algo de ganas contenidas de contarte lo que las otras cincuenta semanas al año me queda traspapelado.

Y hablando de cosas traspapeladas, y entre todo este despliegue autorreferencial de este correo que habla de mí, mí, mí, no quisiera que se pase de largo lo que más me importaba decirte hoy.

¿Vos sabías que podés contar conmigo, no?

No lo digo solo por decir, lo digo de verdad.

En todos estos años de Cómo funcionan las cosas en cada correo me dediqué a poner pequeños “easter eggs”, mensajitos desperdigados para que quien quiera note que cada correo es único, que cada texto es editado cuidadosamente cada semana, que ni siquiera el enlace para desuscribirse es el mismo semana a semana.

Es muy fácil de revisar lo que digo: agarrá dos o tres correos y fijate lo que está abajo del todo. Parece el palabrerío estándar de todo newsletter, pero desde el día uno cada uno de estos más de 90 correos que te envié fueron distintos. Me contuve dos años de contártelo por si no lo habías notado, pero no aguantaba más.

Pero esta semana, pensando en vos, caí en la cuenta de que quizá el mayor secreto escondido entre mis líneas era demasiado obvio y que tal vez por eso puede pasarse de largo: el botón de responder. Del otro lado de este paredón de palabras que te envío estoy yo, Valentín, y podés escribirme por lo que sea.

Muchas personas que leen, como vos, una y mil veces me han escrito y apartando momentos en mi agenda pesada como un mamut respondí, procurando dar lo mejor de mí para ayudar a quien me escribe.

No es que yo sea particularmente bueno en nada, porque a esta altura asumo que hemos establecido mi insoportable torpeza, pero si en algo puedo ayudar no hay una sola persona que me conozca que no pueda dar fe de que voy a dar esa ayuda.

Y por eso quería insistir una vez más en que estoy del otro lado. El Universo es un lugar a veces quizá demasiado amplio y entre todas las cosas que parecen estar pasando, agujeros negros que se evaporan, otros que se forman, robotitos en Marte haciendo de las suyas, y todo eso, es difícil hacer pie. Yo lo sé, y si hay algo que tengo dolorosamente claro es que cuesta horrores entender cómo funciona cualquier cosa.

Pero no estás sola, querida persona que lee. Ojalá te quedes para la escena después de los créditos. Se pone mejor.

Te quiero mucho,

Valentín

ph. Sofía Balog (2018)

Cómo funcionan las cosas es un proyecto sostenido por las personas que leen. Si querés sumarte a que el proyecto crezca, y recibir contenidos exclusivos, podés hacerlo por acá.

Lo que leíste es solo la mitad del correo enviado el 21 de abril de 2019.
Si querés recibir «Cómo funcionan las cosas» todos los domingos, podés suscribirte
acá. Además, podés encontrarme en Instagram, Facebook o Twitter.

--

--