Cómo funcionan aquellas lecturas que nos hacen sentir menos solos

Leer puede darnos coraje para enfrentar un mundo que con buenos motivos se presenta imposible de ser afectado por lo que pensamos.

Valentín Muro
Cómo funcionan las cosas
5 min readMay 14, 2017

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People have always needed stories. We need literature — novels, poetry — because we need to make sense of our lives, test our depths, understand our joys and discover what humans are capable of. Great books can provide companionship when we are lonely or peacefulness in the midst of an overcrowded daily life. Reading provides a unique kind of pleasure and no-one should live without it.

El lomo amarillo del libro destacaba entre un puñado de ficciones norteamericanas, de esas que se venden en las farmacias. Entre tantos libros que nos hacen dudar si alguien alguna vez los lee sobresalía god is not Great (2007) de Christopher Hitchens. A raíz de una separación, mi hermana había decidido deshacerse de un buen número de objetos que su ex pareja había optado por no reclamar. En la volteada habían caído también herencias y porquerías de mudanzas, olvidos y regalos impersonales. Pero entre tanto cachivache estaba el best-seller del autor que recién hacía unos meses había conocido. También había memorabilia romántica demasiado cursi como para mencionar aquí.

Por virtud del azar ese mismo año había visto The Genius of Charles Darwin, conducido por Richard Dawkins. Este impecable documental recorría la biografía de Darwin en virtud de los 200 años de su nacimiento y los 150 de su fantástico On the Origin of Species. En él, Dawkins no sólo presentaba con elocuencia una vida de conflictos filosóficos y un apetito por el descubrimiento, sino también el infranqueable conflicto que le presentó la idea peligrosa de Darwin al establishment religioso. A Dawkins lo había leído bajo otra luz unos meses antes, cuando encontré en casa de mis padres en Bariloche una vieja edición de The Selfish Gene (1976) publicado en castellano por Salvat. Pero el mundo del ateísmo como causa se empezaba a abrir ante mis ojos.

Aún fuera del circuito universitario — apenas cursaba el ingreso — e impaciente por entender cómo cambiar el mundo, inocentemente me encontré devorando literatura sobre el que consideraba la mayor aflicción que debía soportar la humanidad. Obviamente el descubrimiento tenía todos los ingredientes para generar pasión en un torbellino de introversión como yo. Tantos libros y documentales, y tan pocas novias; una combinación perfecta.

Si bien hoy mantengo la mayor parte de las intuiciones antiteístas que brotaron en esa época (ahora ya convertidas en argumentos), me conforta reconocer que en todos estos años pude mantenerme inquieto y afinar la vasta mayoría de ese montón. Mi exposición al dictum hitchensiano — religion poisons everything — no podría haber llegado en mejor momento. Toda mi — inacabada e inesperada — travesía por la filosofía estuvo marcada por el rastreo de esos elementos que las distintas religiones (aunque principalmente las tres monoteístas que predominan en occidente) tomaron de la filosofía para legitimarse una y otra vez. Pocos placeres culposos superan refregarle en la cara a un defensor de la religión — tanto los creyentes como los seculares — el robo a mano armada que hizo el cristianismo de cuanta doctrina filosófica encontró durante los últimos veinte siglos. Claro que como lector de filosofía sé que eso es una sobresimplificación, pero cuando Dios te pone enfrente la oportunidad de mostrar la ridiculez dogmática de un fanático, más vale afilar la navaja y salir a afeitar argumentos pobremente articulados.

Y aunque podríamos conversar sobre religión todo el día, la exposición a estos autores trajo aparejado algo mucho más profundo. Unos meses más tarde mi padre me regaló Letters to a Young Contrarian (2001) para mi cumpleaños número 21. En un descarado guiño al clásico de Rilke, Hitchens dedica las páginas a sus estudiantes en la New School (NYC), haciendo referencia a aquellos disidentes que lo inspiraron a lo largo de los años, desde Orwell hasta Václav Havel. También sirve de prefacio al maravilloso god is not Great, adelantando en un tono más personal algunas de las críticas que verían la luz algún tiempo después. Este librito me enseñó la importancia de viajar y de alzar la voz frente a los atropellos irracionales, entre muchas otras cosas.

Fue a partir de esa lectura que, ya con un semestre cursado y mis primeros pasos en la investigación en lógica filosófica dados, encontré gran parte del coraje para estudiar filosofía. Porque convengamos que estudiar una de las carreras más agotadoras, burocratizadas y con la aplicación práctica más difusa del Universo toma más que un poco de valentía — y una buena cuota de demencia y desprecio por uno mismo. Quiérase un poco, estudie otra cosa.

Quizás una de las peculiaridades más lindas de la lectura, como dicen los editores de Stop What You’re Doing and Read This! (2011) en la cita que abre este correo, sea la forma en que puede hacernos sentir acompañados cuando a nuestro alrededor sólo encontramos desidia y plena afición por postergar el pensamiento crítico. O puede hacernos sentir coraje para enfrentar un mundo que con buenos motivos se presenta imposible de ser afectado por lo que pensamos. O no menos importante, puede hacernos caer en la cuenta de que si bien la mayoría de ideas que tendremos en la vida fueron pensadas antes por alguien más, de nada sirven si no se escriben.

Y así alguien, algún día, podría encontrarlas entre las páginas de un libro que otro pensó en arrojar a la calle.

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