Cómo funciona vivir de escribir

O cómo funciona tirarse a la pileta.

Valentín Muro
Cómo funcionan las cosas
9 min readSep 12, 2019

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Querida persona que lee,

Realmente espero que en algún momento de tu semana te hayas podido detener, aunque sea un instante, y vuelto sobre esas palabras que le decía el Tío Alex a Kurt Vonnegut: “Si esto no es lindo, ¿qué lo es?”

Te mencioné estas palabras hace un montón, ¿te acordás? Las recuperé cuando escribí acerca de mi amiga Sofi y de “cómo funcionan las buenas personas”, hace casi dos años. Desde hace un par de días que tengo un montón de cosas que contarte y me estaba costando horrores encontrar por dónde empezar.

El viernes renuncié a mi trabajo para dedicarme a escribir Cómo funcionan las cosas a tiempo completo. Y vos y las personas que mes a mes colaboran para que yo siga haciendo esto lo hicieron posible.

Pero volviendo a Vonnegut, esta semana recordé esa frase y volví a la fuente. En If This Isn’t Nice, What Is? (2013), que compila sus discursos de egreso pronunciados en una ridícula cantidad de universidades estadounidenses, se cuenta un poco de cómo fue su peculiar biografía. Si bien el modo en que Vonnegut hizo del mundo un lugar mejor con sus textos hoy es un hecho establecido, fue más tarde que temprano, a sus 47 años, que empezó a hacerse famoso por su escritura. Luego de que su reconocimiento escalara, hubo años durante los cuales sus discursos se volvieron una de sus principales fuentes de ingreso.

Su gracia, al igual que su estilo, estaba indefectiblemente ligada a la sencillez de sus palabras, capaces de capturar todas esas cosas que las personas sentimos, vivimos, pensamos, tememos e incluso añoramos. En sus palabras podemos encontrar eso que está en todas las cabezas pero nadie parece haberse tomado el esfuerzo de soltar, con total naturalidad, para que las fronteras de nuestras vidas se expandan, haciendo lugar a otras formas de vivir nuestro día a día.

Vonnegut no buscaba ser profundo, incluso cuando solía serlo, y ante el privilegio de hablarle a un montón de personas más jóvenes, no aprovechaba para bajar línea y regodearse en una supuesta sabiduría conseguida con los años. Más bien lo que lograba era hacer poderosamente evidente que en las vidas hay un contínuo, y que, a lo sumo, cuando crecemos algunas cosas se nos hacen más fáciles de ver y eso suele valer la pena compartirlo.

Casi como una pauta que conecta a muchos de sus discursos está aquella anécdota del Tío Alex que ya a cierta edad se molestaba de que los humanos rara vez notásemos nuestra felicidad. Su ejercicio era tratar de atraparse desprevenido cuando las cosas iban bien. “Podía estar tomando limonada debajo de un manzano en el verano y de repente paraba la conversación para decir: «Si esto no es lindo, ¿qué lo es?»”

Algo de esto fue lo que me empezó a pasar hace un buen tiempo. Mis sentidos arácnidos despertaron cuando la primera persona se sumó a lo que con mi característica ridiculez llamé Club de fans de la curiosidad. Luego de demorar su apertura durante meses por mi temor a existir, entre esos otros temores de los que siempre te cuento, de repente había al menos una persona en el mundo dispuesta a pagar un monto que le era cómodo para que yo, un autista en patineta, pudiera dedicarse a seguir escribiendo. Si esto no es un delirio, ¿qué lo es?

Pero luego fue fin de año y yo venía de dos años intensísimos de intentar recibirme de licenciado en filosofía (aún sin éxito) y te escribí unas sentidas palabras sobre finales y comienzos y mi bandeja de entrada explotó. Con infinita alegría dediqué días bajo arbolitos en casa de mi hada madrina en Entre Ríos a contestarlos todos.

Me desvivo por multiplicar por diez todo el amor que para mí significa que una persona se tome el tiempo de contarme lo que mis palabras le provocan. Y cuando leo todo eso es como si Hulk me hiciera cosquillas. Quizá la imagen no tiene mucho sentido pero te juro que la imaginé y algo de sentido tenía.

Escribo estas torpes líneas con algunas líneas de fiebre, pero todo bien, ya le dije a mi mamá que voy a tomar algo caliente. Ella respondió que a veces cuando nos pasan cosas intensas después nos atraviesa todo junto y nos enfermamos. “Cuando aflojamos nos damos cuenta de lo cansados que estamos”, me dijo en clásica retórica madre/Yoda. Solo te lo cuento para que esta vuelta tengas especial paciencia con mis analogías.

Luego vino enero y luego febrero y nos fuimos a Bariloche. Uso la primera persona en plural porque al inaugurar un diario de viajes para compartir con las personas que invierten en mí de algún modo las metí en mi valija y me las llevé de viaje. Perdón por el olor a pata, la valija no era tan grande y cada vez éramos más.

Y llegaron los dos años de este newsletter y de nuevo mi bandeja de entrada dijo “no de nuevo, decía”. Pero yo extático de tener todos esos mensajes, solo para mí. Y los respondí, todos y cada uno de ellos, en incontables sentadas en cafés, cruzado de piernas en el sillón, en viajes en colectivo, donde fuera. Y confieso que un poco no quería que se terminara todo eso porque, de verdad, no estoy acostumbrado.

Uno se sienta el sábado cuando empieza a caer el sol y escribe “cómo funciona… tomar limonada” o “saltar en una pata” o “llorar hasta que duele la garganta”, no importa, y de repente el Universo de un coletazo devuelve una millonada de palabras generosas y amables y uno no sabe qué hacer así que se sirve un whisky, mira por la ventana, y sin molestar a nadie se dice a sí mismo: “Si esto no es lindo, ¿qué lo es?”

Aún me quedan algunos mensajes que contestar, y vuelvo a pedirte disculpas por mi demora, pero justamente de eso te quería hablar. En algún punto entre que nací, y que empecé este newsletter, y que se me acumularon mensajes sin responder, historias que contar, y libros que escribir, se me cayó un estante en la cabeza. No literalmente, claro. Me refiero a que de repente una estructura de madera muy pesada, pero metafórica, me golpeó la cabeza y me hizo caer en la cuenta de que no tiene ningún sentido seguir haciendo fuerza en contra.

Elegí vivir de escribir.

Suena algo ridículo e innecesariamente épico. “wow such escritor, much arriesgado, so épico”, o algo así. Pero en esos términos es que me lo planteé. Si fundar una difusa estructura diseñada para mimar a las personas que creen en lo que hago — un “club de fans” de la curiosidad — que disfrutan de lo que escribo y que activamente invierten en que pueda seguir haciéndolo no encuentra su sentido máximo en que esta querida persona que escribe pueda vivir de ello, pues entonces no sé.

Lo que demoró tantísimo una decisión tan enorme como esta, aunque implicara exactamente el tipo de hazaña en la que me encanta embarcarme, fue que pasé los últimos 5 meses en otra gran aventura creativa, colaborando codo a codo con un pequeñito grupo talentosísimo, pero sobre todo bajo el firme capitaneo del campeón de internet de quien aprendí a confiar en mi propia capacidad creativa. ¿Cómo se elige de entre opciones inmejorables?

Mi amigo Franco hace unos 6 años me dijo que mi problema era que a mi siempre me surgían oportunidades demasiado atractivas. Y eso, por algún motivo, siempre me pesó. Siempre me hizo difícil el momento de elegir. Y siempre me acuerdo de él. Tanto me acuerdo de él y de su frase que el viernes a la noche, mientras cenábamos yogur, se lo dije.

Renuncié a mi trabajo para dedicarme a escribir Cómo funcionan las cosas porque el plan es que un día cuando no sepas qué regalar puedas darle a una persona a quien querés mucho un prolijo conjunto de páginas, con una tapa de un lado y del otro, que de algún modo recupere todo lo que acá trato de traerte. Es decir: empecé a escribir un libro que espero algún día quieras leer.

Y, como de repente encuentro también en las palabras de Vonnegut, y de Hitchens, y de Bradbury, escribir no es ninguna pavada. O, al menos, recién se pone interesante cuando podemos volcarnos a las palabras como aquello que hace que el resto cobre sentido.

Incluso más que mis propias palabras, una de las cosas que más me motiva a salir de la cama a la mañana es estar ahí para otras personas. Desde que comencé mi newsletter debo haber colaborado, en distinta medida, con al menos otros diez más de los que quizá nunca te enteraste. Hace poco más de un mes empecé a colaborar con un newsletter hermoso que hoy a la tarde se estrena, acerca de transitar la vejez, y durante nuestros cruces de correos no podía parar de pensar en que quería más tiempo para poder tomar algo de todo lo que aprendí durante mis experimentos para que otras personas también puedan crecer. Y, por qué no, envejecer.

Una de las cosas que siempre me pesó durante la cursada de la carrera fue el tener que hacer compatible la brutal dedicación horaria con el hecho de que todos los meses había un alquiler que pagar y no había una herencia millonaria de la que abrevar. Y, de repente, un montón de personas increíbles están empezando a hacer posible que además de dedicarme a escribir un newsletter y a escribir un libro, pueda dedicar mi tiempo a terminar la carrera. Si esto no es un lujazo, ¿qué lo es?

Y ni hablar de poder escribir más seguido en otros espacios. Mi pobre columna en La Nación, y mi pobre editor, que tienen que tolerar mi incumplimiento serial de deadlines espero encuentren un respiro. Extraño mucho escribir esporádicamente para audiencias que no tienen ni idea de quién soy.

En fin, a partir de este momento mi capacidad de pagar el alquiler depende de qué tan bien te trate, de cuántos libros lea por semana, de cuántos chistes malos puedas tolerarme y de con cuántos pueda hacerte reír. De las misceláneas que pueda ir anotando, de si un día me animo a hacer videos, de que Idea Millonaria — nuestro podcast hermoso, pero hermoso mal, que tanto nos gusta hacer — siga creciendo.

Elegí vivir de escribir acerca de mi curiosidad.

Quizá sea la fiebre, literal y metafórica, que me inclina a releer lo que te escribo y pensar: “Si usted no está completamente loco, ¿quién lo está?”, pero por algún motivo supe cómo sacar algo productivo de mis locuras hasta ahora. Después de todo a quien se le ocurre escribir sobre lo que le llama la atención cada semana y mandarlo por correo electrónico, ¿verdad?

Lo que más me entusiasma es pensar en cómo seguir. Creo que algo ya lo habíamos charlado en algún momento. Pero podemos retomarlo en algún otro momento. Quería hacer de este correo algo “corto y dulce” pero creo que terminó siendo “atolondrado y afiebrado”, bien fiel a mi estilo.

Respecto del libro, estoy seguro de que tenés un montón de preguntas. Yo también, salvo que a mí me toca escribirlo. Ya te iré contando. Lo más probable es que comience un “cómo funciona escribir un libro”, una especie de bitácora semanal para las personas que se sumen al Club de fans de la curiosidad para ver si logramos escribir el libro más lindo del mundo. Por mi cuenta esta semana ya bajé unos 10 libros para el primer capítulo y guardé unos 50 artículos para leer luego en Pocket. Ñam.

Una de las tantas conclusiones presente en los discursos de Vonnegut es la invitación a practicar aquel ejercicio, idealmente, por el resto de nuestras vidas: parar un momento y decir en voz alta “si esto no es lindo, ¿qué lo es?”

A mí me costó un montón. Me costó horrores. Me resistí y me resistí a darme cuenta de que estabas del otro lado con una bandera que decía “va a estar todo bien”. Y todavía me cuesta. Pero hay una sola forma de darse el primer chapuzón del verano.

Gracias por haber cambiado tanto mi vida que de repente tuve que dar explicaciones.

Sos una persona hermosa.

Un abrazo,

Valentín

PD: si ahora que sabés todo esto, querés sumarte a hacer posible que yo viva de escribir, podés hacerlo acá.

PD: de verdad el newsletter de Cecilia que estrena hoy es una delicia. Te insto poderosamente a que te suscribas.

Canicule” by Raphaëlle Martin (CC BY-NC-ND 4.0)

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Lo que leíste es solo la mitad del correo enviado el 19 de mayo de 2019.
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