Cómo funciona la vida y muerte de las ciudades

¿Qué es lo que hace única a una ciudad? ¿Puede la literatura condicionar a la planificación urbana?

Valentín Muro
Cómo funcionan las cosas
4 min readMay 28, 2017

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“Cities have the capability of providing something for everybody, only because, and only when, they are created by everybody.” — Jane Jacobs

No hace falta un gran plan para visitar Nueva York. La ciudad misma es un gran plan. O al menos eso me hice creer en las semanas previas a mi visita a la gran ciudad. Una vez allí, me tomó un instante caer en la cuenta de que podría enmarcar cada imagen mental de esas dos semanas como un momento en una película que no existe.

Sin que podamos hacer nada, Nueva York extiende su mística y nos envuelve, confundiendo la frescura de nuestras experiencias con recuerdos cuyo origen es más bien desconocido. El vapor sale de las alcantarillas, los personajes de traje caminan al doble de nuestro paso, la banda sonora es la composición ininteligible de acentos e idiomas que desconocemos, y en el medio de tan dichosa sobrecarga sensorial nos preguntamos: ¿qué es lo que tiene de especial esta ciudad?

Difícilmente podría sorprendernos que la arquitectura cambie la manera en que pensamos, la manera en que sentimos y, sobre todo, la manera en que nos relacionamos. Desde la creciente preocupación por la arquitectura hostil — el diseño de espacios urbanos para desalentar su uso — hasta la tan celebrada arquitectura de la elección — el diseño de las instancias de elección para alterar nuestras decisiones — cada vez hay más interés por entender cómo la arquitectura y el diseño repercuten en la vida cotidiana.

Nueva York fue fundada por colonos holandeses a principio del Siglo XVII. A todas luces, estos colonos no pudieron con la nostalgia y además de bautizar como Nueva Amsterdam lo que ahora es el extremo sur de Manhattan, mantuvieron la arquitectura holandesa. Pero con una salvedad: los pórticos neerlandeses (stoeps) fueron transformados en las características entradas escalonadas que dan a la calle (stoops).

Estas entradas en altura, que procuraban proteger de las inundaciones (un problema inexistente en Nueva York), en 1811 cobraron otra importancia. Al prohibirse en la planificación urbana el emplazamiento de callejones, las casas ya no podrían contar con una puerta trasera para el servicio doméstico. Un problema terrible, claro que sí. Fue a partir de esto que los stoops mutaron hasta tener dos entradas, una para los inquilinos y una para servidumbre.

Por otro lado, en aquellos años dorados la aristocracia neoyorquina se entretenía con música de piano en la propia casa. Así fue como el tamaño de las escaleras pasó a ser una marca de status: alcanzaba con pasar por la puerta del vecino para saber si su piano era más grande que el tuyo.

Fueron en gran parte estas entradas escalonadas las que dieron su sociabilidad característica a Nueva York. Con sus escalones, estas entradas son perfectas para lo inesperado. Los escalones hacen de palco para mirar cómo el mundo sucede a nuestro alrededor, pero también nos animan a interactuar. En nuestra breve estadía en Brooklyn, y sin saberlo, la ciudad nos arrastró a un puñado de conversaciones imprevistas, haciéndonos parte de una larga tradición neoyorquina. Los escalones son el terreno semiprivado que hace de un barrio una comunidad urbana.

Son las historias que se entretejen a través de los espacios urbanos las que inspiraron a Jane Jacobs a publicar en 1961 The Death and Life of Great American Cities, un libro acerca de la vida de las ciudades. Con impecable elocuencia, Jacobs despliega una sentida crítica a los esfuerzos de planificación urbana de su época. Entre sus páginas pueden leerse majestuosas descripciones de los usos de las veredas, de los parques y, por supuesto, una comprometida defensa de las entradas escalonadas.

Autores como Jacobs, Dickens, Cortázar, o incluso Wordsworth, con sus respectivos encantos y desencantos con lo urbano, pueden orientarnos hacia algo así como un alfabetismo urbano, una exploración literaria de la vida de las ciudades. Quizás la intuición sea correcta, y lo que hace grandiosas a las ciudades sean sus historias.

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